martes, 29 de septiembre de 2015

Balance a la muerte de Sagasta, por Bueno y Cordero


D. Práxedes Mateo Sagasta
El de 5 de enero de 1903 falleció en Madrid, a la edad de 77 años, Don Práxedes Mateo Sagasta. Este Ingeniero de Caminos, líder del Partido Liberal, monopolizó junto al Partido Conservador de Cánovas del Castillo la política española durante la Restauración Borbónica. El turnismo entre estos dos grandes partidos dinásticos en el Gobierno de España, trajo al país, en unos momentos de gran inestabilidad política, ese descanso y tranquilidad que necesitaba la hidalga y fatigada Nación Española.

En la edición del periódico garruchero El Eco de Levante del 9 de enero de 1903, su director, el ilustrado D. José Bueno y Cordero hizo balance a la gestión de este emblemático político de la Historia de España. Es una crónica crítica con la deriva de Sagasta en sus últimos años y que tuvo como colofón el lamentable Desastre del 98. Conviene recordar el cierto malestar del Director de El Eco de Levante contra este político que presidió el Gobierno durante la Guerra de Cuba, donde valerosos españoles fallecieron en combate desigual ante la superioridad naval estadounidense. Entre los héroes que sucumbieron se encontraba su cuñado, el Guardia Marina D. Enrique Chereguini y Buitrago, que murió defendiendo su posición en la Cámara de Torpedos del Acorazado Vizcaya, hundido en la batalla de Santiago de Cuba el 3 de julio de 1898. (Ver: Garrucha ante la Guerra de Cuba de 1898)

SAGASTA

Al fin se rindió al peso de los años el hombre de Estado que con Cánovas monopolizó el gobierno de España durante un cuarto de siglo. Ha muerto, y con él, para no levantarse jamás el partido liberal histórico, aquel que nació de la fusión de Martínez Campos, Alonso Martínez, Montero Ríos y Martos; el que con la ayuda de Castelar consolidó la Regencia, el que con Moret cayó destrozado ante la indiferencia el país.
Las últimas etapas de su mando fueron fatales para España. El autorizó desde el Gobierno una de las mayores vergüenzas contemporáneas.
Y sin embargo, digámoslo claro. La historia imputará a Sagasta sucesos que no realizó su voluntad, acusándolo de no haber sabido evitarlos. ¿Debilidad?¿Excesivo amor a la dinastía?¿Fueron estas las causas? No; de ninguna manera. Sagasta tenía una preocupación constante: la de no perder su popularidad. Por esto no se atrevió a ponerse frente a la engañada opinión del país, cuando gritaba el año 98: —¡A Nueva York!— grito que sin querer recuerda aquel otro de —¡A Berlín!— que lanzaba el pueblo de París al declarar Francia la guerra a Prusia.
Sagasta, que sabía perfectamente que íbamos a la derrota, no tuvo o no quiso tener el valor cívico necesario para evitarla, y este fue el mayor error de su vida. Ved si no cómo ha muerto: ¡más impopular que si hubiese obrado como debía! Ved como deja el país: atrofiado, sin ideales, agonizante…
A tal estado llegan las naciones cuando sus gobernantes, alucinados, por un falso espejismo, o mirando más los intereses secundarios que los primordiales, no tienen el valor de sobreponerse a las pasiones populares. Nunca como entonces se dio tan gran mentís al adagio vox populi, vox Dei…
¡Cuánto bueno pudo hacer Sagasta, y cuan poco ha hecho! Aunque coloquemos en su haber la transformación democrática que hizo de la Monarquía española, a la muerte de Alfonso XII, ¿qué queda de ello si ponemos en su debe la parte no pequeña que tiene el bastardeamiento de todas las reformas que implantó?...
Quisiera penetrar en los arcanos de la política y hallar respuesta a las siguientes preguntas: ¿Cómo los hombres de más claro talento, los que más grandes esperanzas  despiertan en la tribuna, son tan malos gobernantes luego que llegan al poder? ¿Por qué la decadencia de España coincide con la época en que ha estado gobernada por los hombres de mayor talento? ¿Estará llamada a desaparecer la nación española por falta de buenos estadistas?
¡Quién sabe!...
J. BUENO Y CORDERO

(El Eco de Levante, Garrucha, 9 de enero de 1903)

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