sábado, 16 de julio de 2016

A los bravos pescadores de Garrucha


Garrucha ha sido y es por encima de cualquier otra consideración un pueblo que vive de cara al mar. Su escudo refleja esta circunstancia; su puerto pesquero lo atestigua; su puerto comercial sigue manteniendo la salida a otros lares de los frutos de la minería del yeso; su puerto deportivo se abre a los deportes de ocio y al turismo; su paseo marítimo invita a la contemplación y al éxtasis. Pero todo esto carecería de valor si no hubieran conformado lo que hoy es Garrucha sus hombres de mar, especialmente los pescadores, hombres valientes de todos los tiempos que con su esfuerzo, y muchas veces sacrificio, forjaron una leyenda que constituye el pilar más sólido sobre el que se asienta la villa.

Sirva como homenaje imperecedero a estos grandes hombres, y a sus también sacrificadas familias, recordar el antiguo artículo que a continuación se transcribe:

Viejo pescador de Garrucha
(Extraída de Memoria histórica, fotográfica y documental de Garrucha 
(1861-1936). Vol. II. Ed: Ayto. de Garrucha. Autor: Juan Grima. 
Documentalista: Salome del Moral))
Hace años, viajaba yo de Valencia a Almería en el vapor «Felisa» de la compañía Asturiana.
La última noche de travesía, una noche espléndida de verano, presidía nuestra tertulia el capitán del barco D. Sergio Piñole, prestigioso y simpático marino norteño, curtido por las brisas y el sol de muchos mares.
Del lado de estribor, cual fuesen estrellas desprendidas del firmamento, brillaban las lucecitas alineadas de un pueblo dormido en la costa, y al final hacia poniente, como vigía del mismo, lanzaba sus destellos más brillantes un faro, centinela y custodio de su sueño.
El capitán, que nos refería un interesante episodio de su vida de náuta, hizo un paréntesis en su relato, y dirigiendo a la costa su mirada, y a modo de saludo exclamó: «¡La playa de Garrucha! ¡Brava gente de mar los garrucheros! En mis ya largos años de navegante, llevé muchos de ellos a mis órdenes, y puedo asegurar a Vds. que los marinos de esas playas son para el mar los más bravos de España» – y añadió: – «Si no fuesen ya así por temperamento, aprenderían a serlo por la fuerza. Garrucha es una rada abierta, sin refugio ni abrigo en muchas millas. Lo desmantelado de su costa hace que los temporales sean frecuentes, y alcancen aquí a veces los levantes un empuje y furia que no tienen nada que envidiar a nuestras galernas del norte.
Los garrucheros se curten desde chicos en el peligro. Aprenden a nadar mucho antes que a conocer las letras: lo creen más necesario. El pescador de casi todos los mares a quien sorprende una tormenta, sabe que si logra capear el temporal, a su regreso le espera el refugio del puerto. El garruchero, en cambio, está seguro de que le aguarda el peor trago al intentar arribar a tierra: la rompiente bravía, que sin una pericia y una serenidad extraordinarias, puede ponerles el barco por montera.
Hay en estudio un puerto refugio. Yo no llegaré a verlo – terminó el capitán – pero creo que algún día se convierta en realidad el proyecto. Cuando esto llegue, cuando los pescadores de esa playa no tengan que exponer su vida a diario en lucha titánica con el rompeolas, tal vez no se hable ya de la de la bravura de las generaciones venideras con el encomio que en justicia hay que hablar de las de hoy. Mientras no tengan puerto, – y quién sabe si luego también, porque ya lo llevan en la masa de la sangre, – los garrucheros, repito, son y seguirán siendo los pescadores más valiente de España.»
Así habló el capitán, y yo confieso que le oí encantado. Muchas veces después recordé las palabras de D. Sergio, y cuando más tarde, enamorado cada día más de este mar de Garrucha incomparable, de este trozo sublime del «Mar Nostrum», conviví muchas horas con los pescadores de estas playas, pude apreciar la sinceridad con que hablaba el capitán norteño y la verdad de sus afirmaciones.

(El Censor, Cuevas del Almanzora, 1 de octubre de 1930)

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