lunes, 10 de octubre de 2016

La heroica actuación de Vicente Egaña, el único español en el naufragio del Lusitania


Ilustración del hundimiento del Lusitania publicada en The Illustred London News el 15 de mayo de 1915.
Dado lo rápido del naufragio sólo 6 de los 48 botes salvavidas fueron lanzados con éxito.

Investigando sobre el naufragio del Titanic en la prensa histórica de Almería, me topé con la noticia de otro hundimiento de un vapor trasatlántico, el RMS Lusitania. Pero no me llamó la atención por el hecho en sí de la tragedia marítima, que ya conocía, sino por la actuación del único español que viajaba a bordo.

El Lusitania, perteneciente a la compañía naviera Cunard Line, fue botado en 1907 y hasta la construcción del Olympic y el Titanic fue el buque más grande del mundo junto a su gemelo, el RMS Mauretania. Estos colosos de los mares fueron diseñados para prestar un servicio regular entre Estados Unidos y el Reino Unido.

En el momento histórico que nos concierne, el citado trasatlántico británico zarpó del puerto de Nueva York el 1 de mayo de 1915 con destino Liverpool. A su bordo iban unas 2000 personas entre pasaje y tripulación, y lo que debió ser un tranquilo viaje hacia Inglaterra se convirtió en una horrible catástrofe naval.

Por aquellas fechas Europa se encontraba inmersa en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y las costas de Gran Bretaña e Irlanda se encontraban plagadas de submarinos alemanes dispuestos a hundir todo buque mercante o militar enemigo que avistasen.

Vicente Egaña
El 7 de mayo de 1915, cuando el Lusitania se encontraba en aguas irlandesas, fue divisado y hundido por el sumergible U-boat U-20 de la Armada Imperial Alemana. Bastó un solo torpedo para echar a pique al mítico trasatlántico británico en 18 minutos. El naufragio dejó un trágico balance: 1198 muertos y 761 supervivientes. Esta tragedia naval conmocionó a la sociedad de su época y generó una opinión muy crítica contra Alemania. Además, la muerte de 294 estadounidenses provocaría a la postre que Estados Unidos participara en la Primera Guerra Mundial. 

Como se ha comentado, entre el pasaje había un español, concretamente un bilbaíno de nombre Vicente Egaña Aguirre. Este vasco de 28 años, comerciante de profesión, había hecho fortuna en Méjico dedicándose al negocio de las representaciones y comisiones, además de ser copropietario de la Compañía de cerillera de Puebla, consagrada a la fabricación de fósforos y cerillas.

Nuestro compatriota embarcó en Nueva York en el Lusitania. El motivo de su viaje era laboral, ya que quería resolver en Inglaterra unos asuntos mercantiles con motivo de dedicarse también a la exportación de sus productos a dicho país. Sobre su heroica actuación durante el hundimiento del trasatlántico dio buena cuenta la prensa local, nacional e internacional. A continuación se recoge un artículo al respecto que le tributó La Crónica Meridional de Almería:

Abnegación
¡ERA ESPAÑOL!
Sí, español tenía que ser ese abnegado pasajero del Lusitania a cuyo arrojo, a cuyo exaltado humanitarismo, dedica el Figaro tan vibrante loa.
Nuestros telegramas de ayer refieren, en cuatro rasgos, este otro, principal y emocionante, que tan alto ha puesto el nombre del héroe y, por consiguiente el de España.
Había sido torpeado el Lusitania y todo era, a bordo del buque, confusión y aturdimiento. Están las escenas del Titanic tan recientes, tan pródigas por los relatos periodísticos, por las informaciones gráficas y hasta por la película, que basta recordar aquello para hacerse cargo de esto.
En los momentos más angustiosos de la tragedia, cuando el instinto de conservación se sobreponía a todo sentimiento humanitario, surgió el héroe, animando a los decaídos, infundiendo valor a los pusilánimes, dedicándose, especialmente, a salvar las vidas de los más débiles: de las mujeres y de los niños.
Desde abajo, desde una chalupa, le avisaron que tenía un asiento libre y que aprovechara la ocasión de salvarse. Pero nuestro héroe renunció a la seguridad de sí mismo, en su nobilísimo deseo de velar por la de los demás. Y sin saber si más tarde encontraría un cabo a que asirse, sin preocuparse de su propia existencia, tuvo, en tan críticos momentos, un acto de galantería, muy a la española, cediéndole a una dama el sitio que tenía reservado en la chalupa.
Y después continúo, esforzado y bravísimo, arrancando de los brazos de la intrusa vidas y más vidas.
Hasta que, ya invadido el barco por el agua, cumplido su deber, evacuado totalmente el navío, el héroe se arrojó al mar y en lucha con el oleaje, pudo ganar, al cabo de un largo rato, una de las canoas de salvamentos, librando, al fin, su existencia.
Tal ha sido el comportamiento del español Vicente Egaña, contado por el Figaro. No hay sencillo relato, tan conmovedor, pasión de pluma español, sino justicia de extraños espectadores. Hoy se sabrá en todo el mundo esta magnífica hazaña de un español digno de serlo, de un español que encarna las más altas virtudes de la raza. Tal vez se trata de un noble aventurero, de la traza de aquellos que glorificaron su estirpe y llevaban sus andanzas entre los dos Continentes, el de las antiguas Indias y el de la vieja Europa.
Tal vez por eso iba a bordo del Lusitania… Sea por lo que fuese, el ejemplo de Humanidad, de grandeza de alma, de sublimidad de sentimientos, lo dio a bordo del leviatán inglés un español llamado Vicente Egaña. Su hidalguía, su valor, su arrojo, su misma abnegación puesto al servicio de los débiles, tiene mucho de aquel espíritu  espíritu inmortal— de nuestro señor «don Quijote».
Y muchos pensarán que el rasgo de Vicente Egaña tiene mucho de quijotismo, en lo que a nosotros se nos antoja mucho de lección, porque es cosa digna de asombro, que en lo más culminante de una tragedia engendrada por otra, en la que no hay respeto para nada ni para nadie, en la que son inmoladas vidas y vidas, sin excepción de las mujeres, ancianos y niños. Vicente Egaña se lanzara a sacrificar la propia por salvar las de los demás.
¡Español tenía que ser!
(La Crónica Meridional, Almería, 15 de mayo de 1915)

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